Los defensores de España
La realidad a veces te sorprende de una manera descarada. Es en el propósito de desentrañar los laberintos intrincados de la mente humana donde radica mi principal interés, y es asimismo cuando estudio los comportamientos de la gente (como masa) cuando percibo la grandeza del Dios creador. Un Dios que nos hiciera perfectos se mostraría como un ser aburrido y castrante. Resulta mucho más emocionante permitir que el ser humano pueda desarrollar en plenitud toda su imbecilidad latente, como también su genialidad. Pero en este caso voy a hablar de imbéciles. Y es que esta tarde había unos cuantos en la Puerta del Sol de la capital del Reino. Sí, allí me encontraba yo, en una tarde de sábado del mes de junio, con una temperatura ligeramente calurosa. Tenía curiosidad, lo reconozco.
Eran alrededor de 600 los fascistas allí concentrados, provenientes de la plaza de Isabel II. Les voy a hablar sucintamente y de pasada de las historias personales de algunos de ellos, porque no tiene desperdicio la fauna ibérica allí reunida.
Uno de los que más vociferaba era Tomás. Es un chaval de unos 25 años, aunque su aspecto de leve a moderado retraso mental hace difícil atinar con su edad. “España una y no cincuenta y una” era su alarido predilecto. No se cansaba. Con ahínco defendía su elaborada ideología política. Provenía del extrarradio de Madrid, donde vivió una traumática infancia - se llevaba todas las hostias en el cole -, aunque él no guardaba ningún resentimiento por sus maltratadores. Pensaba el pobre desgraciado que si le arreaban era porque se lo merecía. Puede comprobarse que esta lógica es la que prevalece en las mentalidades lúcidas de los asistentes al evento. Precisamente con uno de los que le sacudían coincidió en la manifa. Sus colegas le llaman "el moro" (su aspecto delata los casi 800 años de dominio musulmán en la península, aunque él defienda postulados de la raza aria, hay que ser gilipollas) elemento perfectamente intercambiable por el Cristian o el Jonathan, un espantajo bakala, descerebrado y con chándal pseudomilitar, al que acompañaba la Saray (podría ser la Jessica, la Soraya, la Jennifer o sA xUlA mOrEnAza), un ente de 17 años al que nunca nadie le escuchó terminar una frase con una mínima coherencia. Más pintada que un óleo de Cézanne, con unas argollas del tamaño de una pera y dos tatuajes de simbología nazi en la espalda. Ambos desconocen realmente lo que significa la palabra Holocausto, aunque si ya les cuesta tener conciencia de sí mismos imagínense el resto.
Más atrás estaban Don Dionisio y señora. Ambos pasan con holgura de los 70 años. Ella, de misa diaria. Él, un caballero español. Y los dos sin sentido del ridículo. Como tampoco los tenían Elvira, Gertrudis y un par de viejas con sus sobrinas que hacían un corrillo. Mientras dos de ellas polemizaban sobre el glorioso pasado imperial de España, otra, en un alarde de creatividad e ingenio, emitía un amago de chillido: "Zapatero cabrón". Eso me recordaba a lo de los “curas rojos y cabrones” de 40 años atrás. En realidad, casi todo era como una vuelta al pasado. Sólo las cientos de cámaras digitales tirando fotos al paisanaje te devolvían al presente. Si asombroso era lo de los japoneses posando para la foto delante de una reunión del facherío nacional, más aún lo era que hubiera muchos más curiosos que manifestantes. Y aún se atrevían a vociferar lo de “luego direis que fuimos cinco o seis”. Lo dicho, sin sentido del ridículo.
He de advertir también que muchos carcas se decantaron por la otra manifestación, en la Plaza de Colón, donde se reunieron a favor del boicot a una salida pacífica y dialogada para el conflicto con ETA. Aunque algunos pocos de ellos empalmaron una concentración con otra, en un emborrachamiento de fanatismo ultra. Bajaban por la calle del Arenal con sus pegatinas en la camisa de los domingos, compartiendo una misma característica: el gesto de cabreo y ojeriza. Parece ser que este hecho correlaciona positivamente con el de desayunar cada mañana con Jiménez Losantos. Y es que hay algunos a los que le va la marcha, el masoquismo mental o el vivir menos años y con peor salud. Ellos sabrán.
Pero sigamos con la fauna allí presente. A la salida del metro, los negros del “top-manta” se cruzaban las miradas con grupúsculos de jóvenes neo-nazis. Era muy curioso el hecho de que todo siguiera su curso normal, mientras que en otras circunstancias - sin gente, sin policía - lloverían los insultos y palos hacia los de la piel más oscura y el cerebro y otro órgano más grande, - aunque les joda a los rapados -. Con 30 grados a la sombra, estos prodigios humanos aún tenían el valor de vestir cazadoras más acordes para llevar en un puente de la Constitución. Miraban altivos a los demás, como diciendo “aquí estoy yo y mi profunda imbecilidad, ¿pasa algo?" Y yo que no podía reprimir la risa.
Un personaje que llamó mucho mi atención fue un joven encorbatado que llegó a la plaza con una bandera de la Falange más grande que él- medía metro y cincuenta y cinco centímetros el estandarte -. Era nieto de un alto cargo de la Falange durante el régimen franquista. Su gesto, grave. Llevaban dos meses preparando el bodrio de esta tarde, y todo tenía que salir perfecto. No era para menos la causa. Y es que algunos hacían una verdadera declaración de intenciones con sus pancartas: “Guerra a ETA” aparecía escrito en una de ellas. Quien la portaba, Manuel Sánchez, zapatero de profesión - toda una cruz que llevará hasta la muerte la de coincidir en algo tan íntimo con el inquilino falso y traidor que habita en la Moncloa -. Manuel se considera un patriota de los pies a la cabeza, además de todo un hombre. Por esa razón, Rosa, su mujer, se tuvo que quedar en casa para limpiar la cocina y prepararle la cena. Cosas del amor.
Entre este repaso conciso cabe destacar la presencia de Antoñito y otros camaradas con camisa azul metida por dentro de los vaqueros. Algunos de ellos exhibían una melenita repugnante y con raya a un lado, mientras que otros disimulaban su incipiente alopecia dejándose la cabeza totalmente afeitada. Algún otro lucía mostacho y gafas oscuras, presentando un aspecto de lo más oso-gay. Y seguramente no se trate simplemente de un look, porque, aunque con su bandera del aguilucho en la mano pretendan pasar por unos verdaderos machotes, hay cosas que se perciben más allá de lo aparente.
Sólo voy a destacar entre este museo del horror a unos chavalitos de no más de 14 años, todos con zapatillas deportivas blancas o azules y vistiendo los tirantes de Fraga, pero con la rojigualda. Muchos de sus padres estaban en Colón vociferando en contra del sentido común, mientras que los hijos de esos afiliados al PP hacían sus pinitos en el mundo de la política jugando a ser mayores al lado de viejos siniestros y decrépitos a los que apenas les salía un hilillo de voz para bramar “arriba España”, el grito más coreado y aplaudido por los congregados. Parece que fue ayer cuando decenas de miles de personas estaban en la plaza de Oriente reunidos ante la momia. Ahora sólo son capaces de reunir a unos pocos fanáticos, a pesar de que mandaron autobuses desde toda la geografía nacional.
Sólo me queda hacer una última reflexión ante el grotesco espectáculo. Aunque sean pocos, deberían ser menos.
Eran alrededor de 600 los fascistas allí concentrados, provenientes de la plaza de Isabel II. Les voy a hablar sucintamente y de pasada de las historias personales de algunos de ellos, porque no tiene desperdicio la fauna ibérica allí reunida.
Uno de los que más vociferaba era Tomás. Es un chaval de unos 25 años, aunque su aspecto de leve a moderado retraso mental hace difícil atinar con su edad. “España una y no cincuenta y una” era su alarido predilecto. No se cansaba. Con ahínco defendía su elaborada ideología política. Provenía del extrarradio de Madrid, donde vivió una traumática infancia - se llevaba todas las hostias en el cole -, aunque él no guardaba ningún resentimiento por sus maltratadores. Pensaba el pobre desgraciado que si le arreaban era porque se lo merecía. Puede comprobarse que esta lógica es la que prevalece en las mentalidades lúcidas de los asistentes al evento. Precisamente con uno de los que le sacudían coincidió en la manifa. Sus colegas le llaman "el moro" (su aspecto delata los casi 800 años de dominio musulmán en la península, aunque él defienda postulados de la raza aria, hay que ser gilipollas) elemento perfectamente intercambiable por el Cristian o el Jonathan, un espantajo bakala, descerebrado y con chándal pseudomilitar, al que acompañaba la Saray (podría ser la Jessica, la Soraya, la Jennifer o sA xUlA mOrEnAza), un ente de 17 años al que nunca nadie le escuchó terminar una frase con una mínima coherencia. Más pintada que un óleo de Cézanne, con unas argollas del tamaño de una pera y dos tatuajes de simbología nazi en la espalda. Ambos desconocen realmente lo que significa la palabra Holocausto, aunque si ya les cuesta tener conciencia de sí mismos imagínense el resto.
Más atrás estaban Don Dionisio y señora. Ambos pasan con holgura de los 70 años. Ella, de misa diaria. Él, un caballero español. Y los dos sin sentido del ridículo. Como tampoco los tenían Elvira, Gertrudis y un par de viejas con sus sobrinas que hacían un corrillo. Mientras dos de ellas polemizaban sobre el glorioso pasado imperial de España, otra, en un alarde de creatividad e ingenio, emitía un amago de chillido: "Zapatero cabrón". Eso me recordaba a lo de los “curas rojos y cabrones” de 40 años atrás. En realidad, casi todo era como una vuelta al pasado. Sólo las cientos de cámaras digitales tirando fotos al paisanaje te devolvían al presente. Si asombroso era lo de los japoneses posando para la foto delante de una reunión del facherío nacional, más aún lo era que hubiera muchos más curiosos que manifestantes. Y aún se atrevían a vociferar lo de “luego direis que fuimos cinco o seis”. Lo dicho, sin sentido del ridículo.
He de advertir también que muchos carcas se decantaron por la otra manifestación, en la Plaza de Colón, donde se reunieron a favor del boicot a una salida pacífica y dialogada para el conflicto con ETA. Aunque algunos pocos de ellos empalmaron una concentración con otra, en un emborrachamiento de fanatismo ultra. Bajaban por la calle del Arenal con sus pegatinas en la camisa de los domingos, compartiendo una misma característica: el gesto de cabreo y ojeriza. Parece ser que este hecho correlaciona positivamente con el de desayunar cada mañana con Jiménez Losantos. Y es que hay algunos a los que le va la marcha, el masoquismo mental o el vivir menos años y con peor salud. Ellos sabrán.
Pero sigamos con la fauna allí presente. A la salida del metro, los negros del “top-manta” se cruzaban las miradas con grupúsculos de jóvenes neo-nazis. Era muy curioso el hecho de que todo siguiera su curso normal, mientras que en otras circunstancias - sin gente, sin policía - lloverían los insultos y palos hacia los de la piel más oscura y el cerebro y otro órgano más grande, - aunque les joda a los rapados -. Con 30 grados a la sombra, estos prodigios humanos aún tenían el valor de vestir cazadoras más acordes para llevar en un puente de la Constitución. Miraban altivos a los demás, como diciendo “aquí estoy yo y mi profunda imbecilidad, ¿pasa algo?" Y yo que no podía reprimir la risa.
Un personaje que llamó mucho mi atención fue un joven encorbatado que llegó a la plaza con una bandera de la Falange más grande que él- medía metro y cincuenta y cinco centímetros el estandarte -. Era nieto de un alto cargo de la Falange durante el régimen franquista. Su gesto, grave. Llevaban dos meses preparando el bodrio de esta tarde, y todo tenía que salir perfecto. No era para menos la causa. Y es que algunos hacían una verdadera declaración de intenciones con sus pancartas: “Guerra a ETA” aparecía escrito en una de ellas. Quien la portaba, Manuel Sánchez, zapatero de profesión - toda una cruz que llevará hasta la muerte la de coincidir en algo tan íntimo con el inquilino falso y traidor que habita en la Moncloa -. Manuel se considera un patriota de los pies a la cabeza, además de todo un hombre. Por esa razón, Rosa, su mujer, se tuvo que quedar en casa para limpiar la cocina y prepararle la cena. Cosas del amor.
Entre este repaso conciso cabe destacar la presencia de Antoñito y otros camaradas con camisa azul metida por dentro de los vaqueros. Algunos de ellos exhibían una melenita repugnante y con raya a un lado, mientras que otros disimulaban su incipiente alopecia dejándose la cabeza totalmente afeitada. Algún otro lucía mostacho y gafas oscuras, presentando un aspecto de lo más oso-gay. Y seguramente no se trate simplemente de un look, porque, aunque con su bandera del aguilucho en la mano pretendan pasar por unos verdaderos machotes, hay cosas que se perciben más allá de lo aparente.
Sólo voy a destacar entre este museo del horror a unos chavalitos de no más de 14 años, todos con zapatillas deportivas blancas o azules y vistiendo los tirantes de Fraga, pero con la rojigualda. Muchos de sus padres estaban en Colón vociferando en contra del sentido común, mientras que los hijos de esos afiliados al PP hacían sus pinitos en el mundo de la política jugando a ser mayores al lado de viejos siniestros y decrépitos a los que apenas les salía un hilillo de voz para bramar “arriba España”, el grito más coreado y aplaudido por los congregados. Parece que fue ayer cuando decenas de miles de personas estaban en la plaza de Oriente reunidos ante la momia. Ahora sólo son capaces de reunir a unos pocos fanáticos, a pesar de que mandaron autobuses desde toda la geografía nacional.
Sólo me queda hacer una última reflexión ante el grotesco espectáculo. Aunque sean pocos, deberían ser menos.